2015 pasará a la historia hispana como un año de efervescencia electoral. Los españoles encaramos de tres a cuatro citas con las urnas con pocos meses de diferencia. Algo abrumador para nuestro estable sistema parlamentarista, habituado a una única celebración comicial al año. Conforme a nuestra fórmula, las votaciones configuran las cámaras que, posteriormente, confían la administración en un presidente del Gobierno. Tanto requerimiento de la voz ciudadana, en la actualidad, está motivado por un mantra que desvela síntomas de disco rayado, la crisis económica.

El zombie político Rodríguez Zapatero, destruido por su pésima gestión, tuvo que anticipar la elección de su sucesor en noviembre de 2011. Una consulta que vino a coincidir con las municipales, acontecidas en mayo. Una singularidad española consiste en nuestra organización administrativa-territorial, llamada sistema descentralizado asimétrico. Esta particularidad considera que 13 de las 17 autonomías –equiparables a provincias en Argentina-, están obligadas a convocar sus elecciones regionales junto a las municipales, pues no las considera históricas. Ello da lugar a extrañas contingencias, como el caso de Asturias. Tras disolver las cámaras un año después de los últimos comicios, los asturianos reconfiguraron su asamblea para los próximos tres años. Sí, los derechos políticos en España varían según donde se nace.

Fruto de esa misma crisis, la corrupción y los sentimientos independentistas agravaron la situación. Los ejecutivos regionales de Andalucía y Cataluña, más pendientes de las encuestas que de sus ciudadanos, han adelantado, asimismo, las elecciones. No se trata de dos actores menores. Andalucía, con unos 8’45 millones de habitantes, y Cataluña, con cerca de 7’5 millones,  representan en torno al 34% de la población española total. La asimetría a la que antes hacía referencia las reconoce, además, como Comunidades Autónomas Históricas, con mayor soberanía.El triunfo, siempre anhelado, se convierte en un objetivo sumamente codiciado en estos territorios.

Para colmo, las dos han desarrollado modelos de partido predominante. En Andalucía, el Partido Socialista (PSOE), pese al resbalón de 2012, ostenta el ejecutivo desde época de la Junta Preautonómica, instaurada en 1978. Por su parte, Cataluña posee el dudoso honor de haber compuesto el feudo histórico de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), nacionalistas liberal-conservadores. Sólo el tripartito que rigió la región de 2003 a 2010 apartó a los convergentes de las instituciones catalanas. Hoy, anticorrupción tiene puesto el punto de mira sobre antiguos mandatarios de ambos gabinetes, mentores de los actuales premiers autonómicos. Para el conjunto de las ciudadanías andaluza y catalana, estas organizaciones partidarias han patrimonializado sus cargos, erigiendo un caudillismo que, presuntamente, instituyó el pago de oficiosos tributos en sus respectivas presidencias.

Con tanto quilombo, nadie se extrañe del ascenso de Podemos. Esta flamante fuerza política va escalando posiciones con una diligencia alarmante para los partidos que han ocupado La Moncloa desde la asunción del régimen constitucional. El barómetro de Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado en enero, le otorga el respaldo de casi el 24% del electorado. O sea, de acuerdo con el CIS, Podemos se convertiría en la segunda formación nacional, relegando al PSOE al tercer puesto. Sus adversarios, rápidamente, les han tachado de populistas –han repetido varias veces los términos “chavistas”, “bolivarianos” o “demagogos”. Luego han advertido a cuantos les han prestado atención de que, si llegaran a gobernar, los podemistas abocarían a España a la catástrofe –“experimento” ha sonado mucho. Más tarde, han surgido numerosas informaciones que deslucían la imagen de sus principales voceros, quienes han perdido oportunidades irrepetibles para expresar una defensa contundente.

“Flor de quilombo” como dirían ustedes, amigos argentinos. En resumen, los españoles debemos escoger entre una propuesta que no sabemos muy bien cómo acabará –sobre todo porque Bruselas ya ha anunciado su negativa a tolerar la más mínima insubordinación-, y una vieja clase política enredada en su propio ovillo, corrompida, anquilosada, sumisa a intereses extranjeros, parca en ideas y mucho menos elocuente en su oratoria.

El juez de línea ha alzado el revolver, listo a descerrajar el disparo al aire, y al único corredor preparado –Podemos- le van a poner zancadillas por todos lados.

Lindo panorama, ¿verdad?