Mitin del PSOE en Vistalegre, Madrid.

El disparo de salida sonó al comenzar la campaña andaluza para el 22 de marzo. El recuerdo de aquel domingo –aciago para unos, inmejorable para otros– describió lo que parece el futuro de España. Todos tienen motivos para intranquilizarse el próximo 24 de mayo, nueva cita con las urnas. En esta ocasión, la consulta determinará administraciones municipales, pero también legislaturas y ejecutivos regionales para aquellas personas que vivan en una de las trece comunidades no históricas –con menos derechos políticos, ¡vea usted qué despropósito! Ante tal perspectiva, las cúpulas partidarias están que les tiembla el pulso. Porque de eso se trata, de tomar el pulso para las generales de finales de año.

Tan sólo mentar la fecha decisoria, aumentan las palpitaciones de nuestro presidente, el timorato Mariano Rajoy (Partido Popular, PP, conservadores). El gabinete nacional tiene mucho de qué arrepentirse. De poco sirve ahora enarbolar la mejora macroeconómica. El ciudadano de a pie experimenta situaciones dramáticas, ¿qué más le da la balanza de pagos o que las fortunas de los magnates se hallen a salvo? Los candidatos oficialistas arrostran la ardua aventura de representar a la fuerza que ha aplicado los peores recortes sociales de la democracia, además de protagonizar algunas de las reformas menos comprensibles –de eliminar su componente electoralista, claro-, así como menos consensuadas de la historia hispana reciente. Los populares, al borde de la taquicardia, conocerán en dos semanas hacia dónde soplan los vientos; de esa manera, pretenden prevenirse para cuando Rajoy convoque las legislativas.

No obstante su nefasta gestión, el PP todavía disfruta de la mayor parte del voto de derecha. Sus electores, empero, no se encuentran tan inquietos por el incumplimiento de sus promesas, como, por ejemplo, la inexcusable subida de impuestos. Eso preocupa poco a los populares; con mencionar la “herencia recibida” del zapaterismo, les sobra para excusarse. El votante de derecha está desencantado con su partido de referencia por la corrupción. En este sentido, el corazón de Rajoy se acelera de temor ante la idea de ser depuesto por los liberal-nacionalistas de Ciudadanos (C’s). Su líder, un joven catalán de 35 años llamado Albert Rivera, le desafía desde Barcelona. Duelo incruento, sólo mide las fuerzas de cada cual. Los dos gallitos quieren conocer mediante una pulseada quién goza del músculo más robusto.

De momento, C’s demuestra la firmeza de su bíceps en Andalucía. El largo brazo de Rivera dirige desde Barcelona –al noreste- las negociaciones para formar gobierno en Sevilla –en el suroeste-, enquistadas desde el 22 de marzo. Plataforma anti-independentista con programa de tercera vía, C’s se consolida cada día que pasa como la llave del Palacio de San Telmo para Susana Díaz (Partido Socialista, PSOE, centro-izquierda). Esta lideresa, gobernadora de la región meridional, quiso deshacerse de sus socios de Izquierda Unida (IU, izquierda alternativa) mediante elecciones anticipadas. La jugada se le volvió en contra, y ahora tiene que dialogar a cuatro bandas para mantener el cargo, o convocar comicios otra vez antes de que termine 2015.

Díaz, la única mandataria socialista capaz de retar al PP, mantiene otra pulsada, aunque dentro de su propio partido. La disputa, mal disimulada, le enfrenta a su secretario general, Pedro Sánchez; una pugna que merma las constantes vitales del PSOE. Mientras el pulso popular está al borde del colapso, el socialdemócrata se revela demasiado débil. Sánchez, jerarca sin autoridad, apenas representa adecuadamente su papel como hombre de paja colocado por la vieja guardia. El secretario general socialista posee la apariencia de un gran candidato, pero carece de la esencia que distingue a cualquier líder que se precie. En definitiva, no termina de convencer al electorado progresista, que se disgrega según su apetencia. Unos van con C’s, otros a IU; lo más, a Podemos.

Precisamente los latidos de la neoizquierdista Podemos han relajado su energía de meses atrás. Quienes pregonaban no hace tanto “el asalto al cielo”, manifiestan hoy un acentuado giro al centro. Atemperarse año y pico después de su inopinada irrupción en la escena política española provoca desconfianza. Me temo, entonces, que su auge se explique por cuestiones coyunturales, desaprovechadas por un cóctel de ciertas pifias y excesivas zancadillas. Sin embargo, tampoco se encuentran encarrilados a la disolución. Su existencia ha restado brío al pulso de los independentistas catalanes, en tanto parecen llamados a ocupar la segunda posición en varias capitales. Así las cosas, pese a que la formación morada no postula ninguna candidatura oficial, sí le preocupan los resultados que obtengan sus filiales en los bastiones tradicionales del PP y del PSOE, estos son, Madrid y Barcelona. Manuela Carmena y Ada Colau, respectivas aspirantes a tan importantes plazas, se arremangan, dispuestas a sacar sus puños de hierro en la pelea que se avecina.

España, a la que tantos y tan hermosos versos dedicó Machado, de nuevo transita por una delicada situación política. Lejos de abocarse a la lucha cainita como hace ocho décadas, sí lo está a la inestabilidad institucional propia de las grandes transformaciones estructurales. El sistema de partidos cambia lentamente, con todo lo que ello implica. Por otro lado, esto conlleva procesos que despiertan muchas expectativas en una población cansada de timadores profesionales. Muchos tendrán miedo, otros demostrarán cinismo. Habrá quien apoye el voto útil como rechazo a proyectos que sospecha demagógicos; la mayoría ni irá a los colegios. Pues ese es uno de los factores decisivos en los comicios hispanos: el voto no es obligatorio. Cuando la gente está hastiada de la clase política –cosa frecuente- se queda en casa. Y eso beneficia a los de siempre, cuyos corazones hablan con latidos de anciano: arrítmicos y lánguidos.